sábado, 5 de septiembre de 2015

De cuentos ordinarios.

Podría haber estado cien días y cien noches
intentando explicarle por qué no podía
dedicar su vida a despertarla a besos
y jugar eterno a ser otro rayo de Sol,
de aquellos que luchaban a brazo partido
contra  las persianas. 

Podría haber estado miles de años
derrochando teorías sobre arraigos
y lenguas, sobre prejuicios y latitudes,
sobre kilómetros y renuncias varias.
Haber desplegado un rosario acerca
de deberes y derechos vitales y solemnes.

Pero sabía que nada de lo que dijese
justificaría su prioridad.
Faltaron algunos gramos, los suficientes
para jugar eterno a ser otro rayo de Sol,
de aquellos que luchaban a brazo partido
contra las persianas.

Y se marchó a lamentarse a su mundo de holgura,
a añorar entre rimas de confort y quimeras,
a hacer lo que hacen los que no aman del todo.
Se dedicó a enviarle poemas, millones de poemas
que hablaban de pájaros libres y de alas. 
I.S.M.

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